
Ha trascurrido casi un siglo en la represa. Lo mutante de los artefactos creados por el hombre se percibe con menos gracia que la imponente belleza de la ceiba que sobresale del verde encañonado que da fin a la historia del rio Nus. Muy pronto ha de morir en el Samaná.


La montaña para llegar a las cavernas es muy empinada y yo, llevó a cuestas el equipaje de 2 personas para un fin de semana.
Cansada y sudando, logro llegar a la cima, un amblipígido* enorme, nos da la bienvenida en la entrada de la cueva que por aproximadamente 2 horas cubrirá nuestra humanidad para permitirnos estar en las profundidades de la tierra.
*Arácnido que a pesar de que su aspecto puede resultar intimidante y agresivo, es inofensivo pues no tiene veneno.

La espeleología no es nueva para mí, estuve en la cueva de la vaca en Curití Santander y en la cueva de los guacharos en rio claro Antioquia. Aquí, el ambiente es distinto, no hay agua pero si humedad que hace resbaladizas las enormes rocas que cubren el piso, puestas en desorden y cortadas con aristas puntiagudas que pueden ser peligrosas en una eventual caída.
Las formas del tiempo dibujan fractales de calcio que caen o suben en esas hermosas formas que solo puede describir la teoría del caos, un caos que los humanos no pueden sistematizar ni controlar de forma lineal, pero que tienen el principio organizador de la naturaleza, un mundo fluido e interconectado. Una forma particular de entender el infinito, procesos que ocurren fuera del tiempo humano.
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En tierra de ofidios, el interior de la tierra y su oscuridad es el lugar apropiado para cazar. Levantamos las luces para comprobar que en uno de los salones, muy arriba, una enorme culebra descansa a la espera de su próxima presa, que puede ser un arácnido o alguna rana como las que vimos en nuestro camino por el interior de la montaña.

La sala del chicle con su piso pegajoso, el techo de cacaos (estalactitas en formas del precioso vegetal) los agujeros en la cueva que permiten la entrada de la luz y con esta el dibujo de las formas con sus sombras, la entrada de mayor cantidad de agua que por siglos ha labrado, con trabajo de escultor dedicado los espeleotemas, que en esta cueva los hay tan variados como: estalactitas, estalagmitas, columnas, gours, coraloides entre otros.
Está experiencia no es para todo el mundo, pero si es como viajar a otro mundo.
Al salir tomamos la ruta que nos llevaría a ver uno de los paisajes más hermosos que hasta el momento he conocido en Antioquia, el cañón de un rio que ya no sabe cómo denominarse porque en él se funden las aguas de un rio largo pero que muere sin fuerza y de un rio corto que se resiste a perderlas. El Nare para algunos o el Samaná para otros, nos recibirá en la tercera parte de este relato con sus aguas verdes, sus cascadas y su fragilidad frente a la ambición energética de los pueblos que lo rodean
