Ilustración: Abel Rodriguez
A 1,5 horas de Leticia en una lancha rápida que se toma en el puerto, llegas a la ciudad de Puerto Nariño – Amazonas, el primer destino turístico sostenible de Colombia.
En esta comunidad de aproximadamente 8000 habitantes, que en su mayoría pertenecen a la etnia Tikuna, no hay carros, ni motos, solo hay unas cuantas mulas para cargar algo de madera y ya está.
Es la segunda ciudad más importante del departamento del Amazonas y está ubicada sobre el rio Loretoyaco muy cerca del lago Tarapoto, que muchos turistas visitan porque es seguro que allí, podrán ver las toninas, omachas, bufeos colorados, Inia geoffrensis o delfines rosados del Amazonas.
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Después de descender de la lancha y de recorrer su callecitas limpias y coloridas, llegamos a la casa de la abuela Alba. Adelante tiene un taller y tienda de artesanías y atrás un lugar amplio donde se encuentra un altar con una foto gigante de la imagen de Jesús. Allí rápidamente armamos un barrio de hamacas con mosquiteros (indispensables para poder dormir sin ser devorados) y se nos explicó las normas de la casa: el agua es recogida de la lluvia por lo que debíamos ahorrar, solo había un baño y debíamos vaciar con balde y cualquier lugar del patio era adecuado para lavar nuestros dientes.
La Abuela Alba, aún se preocupa por mantener viva la cultura Tikuna, es sanadora, cose la chambira (Astrocaryum chambira) y nos ayudó a mantener nuestra piel libre de aradores, un diminuto y terrible insecto que se te pega a la piel y no se suelta.
La noche que llegamos hicimos el ritual del huito (Genipa americana) o jagua como le llaman en otros lugares. Rallamos nuestro propio huito, bailamos, tomamos masato de yuca y cantamos con tambor y cascabel al ritmo que nos regalaba la abuela. Luego, fuimos bautizados y nos asignaron un clan, que ahora debemos respetar. Dicen que todos los blancos pertenecemos al clan de la vaca pero la abuela nos regaló un clan de los suyos y el mío es el Paujil (nnunü). Todos los clanes son buenos y todos tienen historia, decía ella y nos quedamos hasta muy tarde rodeándola y escuchando algunas de las historias de cada clan.¿Mataría a un delfín rosado para salvarlos a todos?
Al otro día nuestras manos y plantas del pie estaban teñidas de color azul jabón rey el mismo jabón que tomamos días después cuando escaseaba el agua a falta de lluvias y decidimos limpiar nuestros cuerpos en el rio Loretoyaco, parecíamos niños chiquitos en ese balneario, lleno de pantano y pedacitos de troncos que bajaban arrancados de la selva cercana. Eran las 6 de la mañana y ya llorábamos de la risa, observándonos ser felices en la actividad más sencilla. La frescura del rio, nuestros pelos enjabonados y el imaginario de otros niños, en muchos ríos, siendo felices con el pasar del agua y las corrientes heladas que refrescan los pies
Durante los días de nuestra estadía, salimos a visitar diversos proyectos como el de mi amigo Jhon Vasquez en Mocagua un pueblito Tikuna ubicado en la confluencia del rio que lleva el mismo nombre y el rio Amazonas. Maikuchiga, es una experiencia directa pero respetuosa con primates que están en proceso de rehabilitación. En este lugar realizamos caminatas en la selva inundable y debido al mareo de tierra que nos causaba la embarcación en la que nos desplazamos, casi podíamos sentir el vaivén del agua que anegaría esas tierras en los meses por venir. Allí, algunas de las semillas de los árboles no alcanzarán a germinar, pero serán la base de la cadena trófica que terminará con caimanes y delfines rosados que se moverán entre lo bejucos, raíces y tallos de árboles como la guacapurana (campsiandra angustifolia), el capinurí (Pseudolmedia laevis) y el renaco (Ficcus trigona).
A este lugar los indigenas Tikuna lo llaman Natütama o el mundo bajo el agua y a la vez adopta ese mismo nombre un proyecto pedagógico de educación ambiental ubicado en puerto Nariño. En Natütama, días antes, nos enseñaron que si levantamos una delgada película de agua veremos los seres que allí habitan, donde se desarrolla toda la cosmología Tikuna y el lugar donde provienen todos los peces que llegan en sartas al mercado a cielo abierto de Puerto Nariño. El sábalo, gamitanas, acarauazules chiriputas, tucunares, capitanas, blanquillos, cuchas, bocachicos y bagres, son arrebatados de las manos del pescador y ahí mismo llegan mujeres campesinas con sus poncheras llenitas de verduras para complementar la cena del día: tomates, cebolla de rama, cilantro cimarrón, yucas alargadas y frijol Chiclayo. Ahí, cerca del rio, comienza el día y el intercambio entre el mundo de abajo y el mundo de arriba.
El es Obsimar, nuestro guía y amigo en el tiempo que estuvimos en Puerto Nariño
Nuestra dieta estuvo basada en pescado asado, a la petarasca, en sopa o en sudado, esto hace que comer con locales sea muy saludable. Los jugos y las frutas son tan variados como los nombres de los peces y además de refrescar son medicina y un gran deleite para el paladar. Entre mis favoritos están el açai (Euterpe oleracea) que se puede comer en helado o sorbete con tapioca , el camu camu que es la limonada de la selva, el copoazu un fruto de la familia del cacao, la acerola, la cocona y la uva caimarona estuvieron entre mis favoritos.
No se puede hablar de comida y del amazonas sin hacer un despliegue en la yuca (Manihot esculenta) una planta con raíces almidonadas, que los indígenas han usado por siglos y la han transformado en casabe, fariña, tapioca, mañoco utilizando herramientas tradicionales como el tipití para el caso de los Tikunas, sin embargo estás transformaciones de la yuca son compartidas entre distintas comunidades en los países vecinos. Donde quiera que uno se siente a comer le dan un tarrito de fariña como si se tratará de queso parmesano, los habitantes del Amazonas aman echarle este polvo de yuca brava a todas sus comidas.
Nuestras caminatas y viajes por la Amazonía estuvieron llenos de canciones, dibujos, delfines atardeceres y ríos del mismo color rosado. Los sonidos con eco de las oropéndolas (Psarocolius decumanus) y las ondas en el agua de algún pez saltando. Árboles frondosos de amacise (Erythrina fusca) a las orillas de los ríos y el peque peque transportando gente de arriba abajo. El sonido de nuestros pies al pisar los suelos llenos de hojas muriendo en el eterno ciclo de morir para permitir la vida y al final nosotros, los viajeros de la selva dibujada, en este paisaje amazónico entendiendo que todo está profundamente relacionado, con patrones que se modulan y repiten para formar una caótica armonía, donde también hay una competencia, donde hay abundancia pero se esconde gran escases.
Cada quien vive como quiera la Amazonía, mi experiencia fue perfecta durmiendo 7 noches colgada de una hamaca, sintiendo el movimiento de mis otros compañeros que colgaban del mismo palo. Así comprendí lo interrelacionados que todos estamos, que el respeto es moverme poco para no perturbar a mis compañeros y comprender que sus movimientos sutiles, podrían ser los míos un poco más tarde y aunque suene enredado y sin sentido, la cosa es que el turismo comunitario implica entender mi realidad y la realidad del otro en toda su dimensión y correlación
Está experiencia no podría ser la misma sin un grupo tan particular de seres humanos que por obvias razones, son sensibles al arte. Gracias Puente por permitirlo y acercarnos.