
“un pueblo que no sabe ni estima su historia, falto queda de raíces que le sustenten, y lo que es peor, no tiene conciencia de sus destinos como nación”
Miguel Antonio Caro
Muchas historias se han entretejido durante siglos en la costa caribe Colombiana. Sin embargo no todas han sido contadas y algunas ya están siendo olvidadas. La gente en pequeños pueblos, veredas y caseríos de la sabana cordobesa ha construido su vida viendo ir y venir a extraños en busca de las riquezas de estas tierras.
Yo soy una extraña también que por casualidad descubrió lo valioso que se oculta en los relictos del bosque de esta planada rica.

Con la profe Alexandra de la vereda Catival, explorando el cerro de la Mula y observando el paisaje de la sábana Cordobesa desde Planeta Rica.
¿Señor, conoce usted la Carapichea Ipecacuanha? pregunto con deseos de encontrar una persona que me ayude a encontrarla. Es desconocida. Solo algunos tienen un vago recuerdo por historias que escucharon de los más viejos.
Encuentro al señor Francisco Uparela. Tomó una mototaxi desde el centro hacia una finca a las afueras de Planeta Rica. A lo lejos observo un solo árbol florecido. Hay un ambiente de verano intenso que deja a su paso solo arena y pasto seco. Desde el segundo piso de la casa un caballero pálido, con poco pelo, muchos años y sin camisa me invita a subir. Allí, entre libros, fotos y diplomas, pasa el final de su vida el señor Uparela. Me enseña el diseño de una placa que quiere dejar a su pueblo, que lo mira por las calles con su mochila y su andar desprevenido y algunos se atreven a llamarlo loco, pues no comprenden porque a alguien le interesaría documentar la vida cotidiana.

El señor Uparela me cuenta como llegaron a mediados del siglo XIX hombres de «hacha y machete» como él los llama, a esa planada rica en cauchos, quina, zarzaparrilla y raicilla o ipecacuana, provenientes de Sincelejo y Montería. Algunos de estos hombres viajaron al sur, escapando de sistemas opresivos de trabajo. La esclavitud había terminado, pero las formas de maltrato en el campo continuaban. Compañías internacionales extraían las riquezas botánicas de la sabana, con el beneplácito de un gobierno que quería llenar de “civilización y desarrollo” a esas tierras.
Internándose en una espesa selva de la que hoy casi ni el recuerdo queda, estos campesinos buscaban ese pequeño arbusto similar a una planta de café y también perteneciente a la familia Rubiácea. La ipecacunha tenía efectos benignos y muy apreciados en la incipiente farmacología de la época. Era comercializada y muy bien paga en los mercados de Cartagena y Mompox.

La ipecacuanha Salió de las profundidades de la selva brasilera, donde los indígenas ya conocían sus bondades. En 1672 fue introducida en Europa por el viajero Legros . Solo hasta 1680 fue reconocida, luego que un mercante de nombre Garnier entregara a Helvetius, médico del rey Luis XIV, 68 kg de raíz. Helvetius concedió el derecho exclusivo sobre la planta al gobierno francés y a partir de ese momento la ipecacuanha fue mundialmente conocida y codiciada.
Aquí en Colombia continúa el viaje de la raicilla por ríos y caminos. Los campesinos la buscaban y la llevaban a los puertos. No era fácil encontrarla. Se dice que la planta tenía pacto con el diablo. El bosque era espeso y el clima húmedo y caliente. Los campesinos salían a buscarla de a dos para evitar perderse. Si alguien veía la planta y no lo comentaba a su compañero para intentar buscarla solo más tarde, jamás la encontraría de nuevo en el lugar señalado. Era y sigue siendo una planta esquiva que busca la sombra de grandes bosques que cada vez existen menos en esta zona de nuestro diverso país.
Orlando Fals Borda en su libro Historia Doble de la Costa también nos lleva a esa Córdoba de mitad del siglo XIX donde compañías como la George D’Emery y la Compañía Francesa del Valle del Sinú, transportaron y activaron el comercio de especies maderables y se establecieron en la hacienda Marta Magdalena referente hoy en día de estudios de las relaciones sociales y comerciales del departamento de Córdoba.




Así, la historia de esta planta, la raicilla como la llaman los Planetarricences, se combina con la historia fundacional de un pueblo. Algunas manifestaciones culturales como poemas, el himno, porros y una escultura que ya no existe, sirvieron para informar al pueblo sobre esta historia. Considero que los esfuerzos han sido insuficientes para darle el reconocimiento histórico a esta planta.
Los raicilleros ya no existen.
La escultura fue concebida para recordar a los campesinos raicilleros. Era frágil, de yeso, cemento y personajes sin rostros. se encontraba a la entrada del pueblo. Los 3 campesinos de esa escultura y los de nuestra época, a veces, no tienen quien los reconozca. La guerra llegó con fuerza en el siglo XX a Córdoba. Guerrilleros, militares y paramilitares se siguen peleando las bondades de esta planada rica. Un día, un muchacho víctima de un bombardeo, quedó medio “loco” y en un arrebato de furia, confundió la escultura de los campesinos sin rostros con el enemigo y los mutilo a pedradas. La escultura ya no esta. ¿Seremos capaces de recordar que fueron campesinos los que caminaron por aquellos bosques buscando la raicilla y que era el bosque el que le daba el valor a esta ciudad?


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