La canción favorita de mi abuelo era Las Acacias del dueto de antaño, supongo que le traía reminiscencias de su juventud en las montañas del nordeste Antioqueño, de la soledad de los caminos, de las familias – que como la de él – migraban para buscar nuevos destinos, de las casas abandonadas.
Estando en esa escuelita sin estudiantes, de la vereda Santo Domingo alto, en medio de las montañas Antioqueñas; sentí la nostalgia, que a mí me evoca la canción de Las Acacias. Objetos arrojados sin mucho sentido por todas partes: una cama vieja, los pisos caídos, un escritorio de metal y una silla desarmada de la vieja escuela.
Una virgen mirando a la montaña, una botica de niño tirada en el pasto sin mucha acomodación y de la casa saliendo una mata de moras silvestres y una de lulo dando frutos. Las puertas pintadas con jeroglíficos adolescentes de amor y nosotros apenas comenzando la expedición que nos llevaría desde la vereda Guayaquil en Sonsón hasta el municipio de San Francisco en el Oriente Antioqueño.
Fueron varias las montañas recorridas de arriba abajo como parte de un viaje de reconocimiento para el trabajo de la geografía de la Guerra de Miguel Ángel Tavera, un geólogo apasionado por darle voz a la naturaleza en medio del conflicto colombiano. Con mapa en mano, Miguel nos señala como pequeños hilos de agua, se transforman en quebradas y estas a su vez en ríos que van creciendo a medida que van bajando para encontrarse con el Samaná, el Magdalena y por último el mar. Removemos el cansancio de la caminada, en las aguas frías y cristalinas del rio Santo Domingo, observando como una falla en la estructura de la montaña había cambiado su rumbo recto, una falla tan poderosa que mueve literalmente montañas y que al final deja una cicatriz de roca abierta por la que el agua cristalina fluye, interminablemente en aquellos cañones del oriente Antioqueño. Allí, la guerra fue falla, cambio el rumbo de los humanos, dejo profundas cicatrices, pero hay esperanzas con el retorno, de volver a fluir por este territorio.
Le dimos una última mirada a la virgen abandonada, que sabe que mira más allá de las montañas al Porvenir, la vereda que nos esperaría al día siguiente, emprendimos el viaje cuesta arriba. Los encuentros son pocos en estos caminos a los que apenas hace algunos años empezaron a retornar sus habitantes, la soledad se ve menguada con alguno que otro encuentro con campesinos de la zona que salen a la unión o San Francisco a hacer mercado. En una puerta a medio camino hay una mochilita con un recado, Yuri le deja Walter, su papa, que viene con su macho Yordi de estar 3 días en la Unión, un vaso de leche para que tome un algo, con la seguridad que en ese territorio tan vasto y desolado, solo él, podrá tomarlo.
Al anochecer llegamos a dormir a la vereda Santa Rita, donde solo 7 familias han retornado. Andrea, nos espera en su casa con un sancocho de gallina caliente y después de conversar un rato y en medio de un torrencial aguacero, nos acostamos. De esa conversación puedes encontrar un podcast de geografía de la guerra, escucha: resistencia en los cañones. Al día siguiente, desayuno trancao y una caminata a paso lento porque ya teníamos los pies un poco ampollados. Al filo de las montañas que separan la vereda Santa Rita del Porvenir, se observan las trenzas que forman los hilos de agua al nacer desde lo profundo de la montaña, en el oriente de Antioquia todo es humedad.
Estás orquídeas en miniatura, llenan los puentes para que los humanos crucen los arroyos que bajan de las montañas, les gusta posarse siempre al mismo lado, como para recibir el fresquito y la humedad que les llega de algún lado
Al llegar al Porvenir saludamos a doña Dolly, Ayair y Don Raul, nos tomamos un juguito de lulo silvestre y alquilamos mulas para terminar el recorrido, no sin antes darnos un buen baño en el Rio Melcocho.
Ese día casi no logramos hacer que Migue se subiera a una mula, insistía en la erosión que ocasionaba el andar de los animales en la montaña. Pero ni sus rodillas, ni nuestro cansancio dio para más, al final tomamos las mulas y emprendimos el viaje desde el porvenir hasta San Francisco. A mi me quedan hermosos recuerdos de dos días entre la geografía antioqueña, acompañado de un pequeño grupo de humanos sensibles y una foto tomada por un maestro, que emprendió el retorno más temprano, pero que su paso al caminar por esta tierra, fue tan apasionado y firme, que sus ideas y su espíritu seguirán viviendo en quienes tuvimos la privilegio de caminar junto a el.