Empieza mayo, abril se quedó sin entrada en el blog, todavía no tengo el poder de retroceder en el tiempo y el “no hacer” dejo señales por aquí también.
Nota: esto no es un tratado de agroecología, es la reinterpretación de la vida misma.
Hace unas semanas, me fui a caminar los espacios que hicieron parte de mi historia reciente y los encontré muy cambiados. Mientras caminaba, muchos adjetivos venían a mi cabeza para tratar de comprender los cambios, esa necesidad lingüística de nombrar para comprender, para dar sentido incluso a algo tan profundo como las emociones. Reconocí en ese territorio que siento tan mío, plantas que nunca sembré, pero que por alguna razón estaban ahí y cuando me alejé de ese espacio, al volver, habían germinado, cubriendo el suelo que alguna vez me sirvió para cultivar alimentos y que hoy se ve como una “FINCA DE VIUDA” termino que acuñan en la costa atlántica colombiana, para describir un suelo donde por escasez de labores humanas está comenzando el proceso natural de sucesión de un bosque.
Bastaría echarle roundup a la tierra, como fórmula rápida y sin mucho esfuerzo, de acabar con las «malas hierbas», pero aún con este tratamiento, las pequeñas semillas, estarán esperando el momento propicio para reaparecer.
Este ancho campo, alguna vez fue cultivado y le sirvió a los vecinos para satisfacer sus necesidades primarias de alimentos. Se cultivaron melones, sandias, papayas y plátanos. Hoy el suelo se cubre de unas pequeñas plantas incomprendidas, que parecen estar invadiéndolo todo rápidamente.
Un círculo de humanos rodean el territorio para observar el suelo que ya no ven fértil. Se preguntan que habrá pasado, quien habrá sido el descuidado. Unos gritaran “- que traigan el veneno”, otros más llorarán por el tiempo perdido y sin labores que dejo a merced de las malashierbas al suelo.
Una niña se aproxima y coge unas semillitas de cascabelito que siente sonar a sus pies al caminar por el terreno, se las acerca al oído y puede de una manera extraña comprende lo que nadie le ha dicho. Una señora ya entrada en años, abre el fruto amarillo de balsamina y se retira cuidándola entre sus manos como un tesoro porque sabe que esa vistosa planta no solo trae veneno.
Al fondo un bosque de Yarumos ya se encuentra fortalecido, una que otra ceiba ya tiene buen tamaño para dar sombra, un enjambre de abejas pasa zumbando sin prestar atención a esta señora que hurga con corazón de niña recogiendo muestras de plantas y mirándolas de cerca. Un regordete abejorro le hace feliz el amor a una flor y en ese ecosistema maravilloso que es una finca de viuda, entendí que no todo lo tengo que entender, a veces solo hay que dejar ser.
Al fondo se escucha la canción de Atahualpa Yupanqui el payador perseguido, una canción que acompaño las siestas de mi familia los domingos y que como poema que sale del corazón campesino, no se puede quedar sin hablar de los yuyos, nombre que le dan en otros lugares a las mal llamadas malezas, que crecen con facilidad en todos los campos de esta hermosa tierra
Mi agüelo fue carretero,
Mi tata fue domador;
Nunca se buscó un dolor
Pues curaban con yuyos,
O escuchando los murmuyos
De un estilo de mi flor
Yo soy de los del montón,
No soy flor de invernadero.
Soy como el trébol pampero,
Crezco si hacer barullo.
Me apreto contra los yuyos
Y así lo aguanto al pampero.
La vanidá es yuyo malo
Que envenena toda huerta.
Es preciso estar alerta
Manejando el azadón
Pero no falta el varón
Que la riegue hasta en su puerta.