Más allá de lo que llaman Barú

Debo comenzar este escrito reconociendo que solo he pisado 3 veces en mi vida la península de Barú. Una vez como cualquier turista, tomando una lancha para ir a playa blanca a vivir una de las peores experiencias de viaje de mi vida (luego contaré un poco más de esta historia). La segunda con mi hermano y su grupo de trabajo, como paseo de fin de año de la empresa al hotel Decamerón Barú y la última y más significativa, en una salida con las personas de Ecoral a vivir una experiencia de turismo comunitario en el pintoresco pueblo de Barú. 

Este escrito tiene dos partes. La primera es descriptiva, quiero contarles, a modo de crónica, mi experiencia conociendo el pueblo de Barú.
La segunda parte, es reflexiva y sin muchas conclusiones voy a exponer preguntas para tratar de encontrar respuestas a las dinámicas que cohabitan este pequeño espacio donde viven: el ecosistema vulnerable de bosque seco tropical, la plataforma coralina más extensa del Caribe continental colombiano, los bosques costeros de manglar, grandes hoteles todo incluido, pueblos raizales, nativos que explotan los recursos del arrecife para atender la demanda de un turismo de masas sin control, un parque nacional natural, un puerto marino internacional, la desembocadura del rio más importante de Colombia, un complejo de ciénagas, el negocio de la pesca e innumerables dinámicas sociales tan anchas, largas y profundas que una diseñadora gráfica, amante de las plantas a duras penas podría entender o tener un concepto claro y profundo sobre todas ellas. Sin embargo, como colombiana, interesada en el turismo, me considero en la obligación de explorar un poco más, buscar información e invitar a otros, que tienen a las playas de Cartagena y Barú como su lugar favorito, a cuestionarse y observar sus lugares de esparcimiento con miradas reflexivas y con acciones y decisiones, pequeñas pero concretas, que puedan generar cambios.

LEA TAMBIEN (pero más tarde):
Pulso por Barú (revista Dinero 2015)
La debacle ambiental y social de Playa Blanca (Semana Sostenible Dic 2016)

Antes de llegar al pueblo de Barú, recorrí en el día, las fértiles tierras del jardín botánico de Cartagena Guilermo Piñeres en el municipio de Turbaco, a las afueras de la ciudad. A este punto llego Humboldt, en su época, también quedo impresionado con el tamaño de los árboles del bosque seco tropical.

 

Llegamos al pueblo de Barú en horas de la noche, conduciendo con dificultad por la marea alta, atravesando el delgado hilo de playa que sirve como único lugar de conexión entre la península y el área continental en el sector conocido como Playetas (ver mapa).

En toda la punta de la península y rodeado de un parque nacional natural, se encuentra el pueblo de Barú.
Este rincón de mar azul, es escenario de conflictos donde el turismo es actor principal y se disputa un territorio frágil que debería ser protegido. La mayoría de los turistas buscan las playas cristalinas para montar sus fiestas y nutrir sus archivos de fotografías del tipo «5 P»: paisajes paradisíacos, pescado, playa y palmera.
 Al llegar al pueblo, nos recibieron Wilner y su esposa Ana , que tienen un pequeño hostal en el pueblo.
La primera noche, fui a dormir temprano. Al otro día, me levante muy de madrugada a caminar. Una de las cosas que más disfruto en mis viajes y en mi vida en general, es el tiempo que comprende entre las 5:30 am y las 7:00 am. El amanecer, el despertar de la naturaleza y las actividades cotidianas de la gente, a una hora donde el aire es fresco y la luz renovada, tiene para mí un encanto singular. 

Me senté en el puerto a observar la salida del sol mientras conversaba con unos señores de un barco que traían legumbres para proveer las tiendas del pueblo de Barú.
La luz del día trajo fotos de una arquitectura de cuento, que aunque ya un poco desgastada, todavía sus paredes coloridas relatan historias de otros tiempos. Las casas tradicionales de madera con sus cenefas caladas, los pisos de cerámica de colores y el suelo de arena de las calles de Barú, hacen que el lugar sea muy fotogénico.  Me acerco a una casa a tocar las hojas pubescentes de un árbol que crece en todas las esquinas y me cuentan que con los frutos los niños juegan a los gallos de pelea y al parecer también es medicinal. Luego descubrí que en el mundo la llaman algodón de seda o lechoso (Calotropis proceda) y al parecer en Europa la venden como esencia floral para aliviar la inseguridad y el exceso de sumisión

​A las 7 de la mañana, pregunté a algunas personas que ya barrían las calles al frente de sus casas, dónde podía conseguir un café. Me señalaron un lugar en una esquina. Pensando encontrar una tienda observé al fondo un señor que ya traía 4 cafés para las personas que conversaban a las afueras de su casa. Averigüé si podía comprar un café y me pidió que me sentara. Me trajo un café con canela delicioso que tomé mientras conversaba con las personas que ya se preparaban para ir al trabajo, en hoteles cercanos que abundan en la península de Barú.

Cuando me disponía a irme, le pregunte al señor que cuanto le debía y me respondió sonriente que él, todas las mañanas, prepara una olla grande de café para regalarle a las personas que conversan en la puerta de su casa. Al frente estaba el negocio de las mejores empanadas de frutos del mar, también habían con queso y las tradicionales con carne. Compré unas cuantas y jugo de tamarindo en bolsa para compartir con el señor del café (en la costa atlántica, las bebidas de las tiendas se llevan en bolsa para evitar retornar el envase, lo que puede significar otro problema ambiental). En Barú la gente es solidaria, me cuentan que si un pescador se enferma y no puede salir a la faena, los otros pescadores comparten la pesca y si hay que cuidar a alguien o ayudar a una familia en problemas, la gente del pueblo de Barú siempre está dispuesta.

Caminé un poco y le pregunte a un joven que pasaba si él sabía donde podía encontrar un pedacito solitario de playa para ir un rato a meditar. Me dijo alegre, que me montara a su jet ski y me llevaría a su lugar favorito que estaba al otro lado de la bahía. Confiando, subí en su moto acuática, salimos de la bahía de manglar y a escasos 5 minutos, nos encontramos un pequeño rincón de arena blanca. Nos sentamos en el suelo y él se animó a acompañarme en la relajación. Luego de un rato y renovados por los ejercicios de respiración, disfrutamos juntos del mar cristalino, contándonos algunas historias que después de casi un año, ahora me cuesta recordar.
 
El día lo pasamos conociendo el pueblo y compartiendo con los locales. Visitamos casas, el cementerio, el parque gigantesco sin árboles, donde se ve a los niños jugando y algunos rumbiaderos que en la tarde son sitio para jugar dominó y en la noche para escuchar el picó. Conocimos las problemáticas ambientales del lugar que pasan desde la falta de manejo de basuras, hasta la tala indiscriminada del manglar para vender lotes a aquellos que sueñan con una casa en la playa. 

El día siguiente, como todo en este pedazo de tierra, estuvo lleno de música, de artistas naturales, de amigos entre extraños. Fuimos al manglar, lo recorrimos y nos parchamos en un pedacito de playa blanca. Nadamos, cantamos y nos relajamos. No hay que hacer mucho para ser feliz en este lugar.

El viaje, estaba por terminar, era una experiencia rápida, que duraría mucho tiempo en el corazón.

Aquí comienza la segunda parte de éste escrito, donde tengo que retomar paradojas, que observé moviendo la cabeza hacia un lado, como quien quiere tener perspectiva sobre algo que no se entiende. Aún sigo sin entender.
 
Una fila de gente esperando por un poco de agua, para transportar en galones hacia su casa. El agua en el pueblo de Barú hay que cargarla. Al final de la fila, una puerta. Espío al interior y hay una gran mansión, porque las casas grandes de Barú, en su mayoría, no son casas ni cabañas; la palabra mansión creo que les sentaría mejor.
Dicen que en Barú la gente tiene poderes, que las mujeres pueden oír detrás de las paredes y hay hombres con la capacidad de curar con las manos. Ese día, un nativo curó con solo tocarlo, al joven de la casa grande, de un dolor de hombros que lo atormentaba. El joven lo abrazó y llorando le dio las gracias. Miré, ladeando de nuevo la cabeza, ésta escena.

Vi muchas aves volando y me imaginé a Barú como un paraíso de aves libres, pero a los habitantes del pueblo de Barú y a muchos humanos, les gusta tener a las aves canoras encerrada. Miro otra vez, ladeando la cabeza, y me pregunto: ¿Por qué los que llevaban el ritmo en la sangre fueron un día encerrados? , ¿Por qué son hoy ellos, quien encierran a los que les pueden brindar libremente su canto?
 
Me pregunté, porqué la gente se quiere meter 10000 personas en una playa donde solo caben 4000 como es el caso de Playa Blanca y me pregunté también, porqué los nativos quieren seguir maltratando el arrecife para atender, por unos cuantos pesos,  a turistas que a veces no valoran el lugar donde están parados. Sin embargo, esbozo una sonrisa cada que observo las publicaciones de “azulejo observador” , como se hace llamar en Facebook el hombre que trabaja por la conservación, por enseñarle a sus familiares y amigos baruleros que su riqueza es la naturaleza, que el turismo de otra manera si es posible y que ladear la cabeza y tratar de tener perspectiva es necesario pero que las acciones deben ser tangibles 
LEER: El turismo al que le apuestan Barú y Bocachica (El Universal 2017) 
Sigo con el pueblo de Barú en la cabeza. Esos 3 días fueron suficientes para convertirme en embajadora y esperar  que los conocidos se atrevan a ir #másalla y pasen de ser turistas a viajeros que hacen metamorfosis, viajeros que transforman. 

CÓMO LLEGAR:
Contactar a Ana o Wilner en el telefono: 3126847733, ellos pueden ayudarte a organizar actividades de acuerdo a tus intereses (culturales y  de naturaleza). 

DONDE ALOJARSE: 
Ana y Wilner tienen un hostal en su casa, el lugar es sencillo, muy limpio  y las habitaciones cuentan con ventilador. Una de ellas tiene aire acondicionado. El baño es compartido y el agua es escasa por lo que debe ser usada con cuidado. Durante los fines de semana hay mucha fiesta en el pueblo, si quieres silencio es mejor alojarse en otro lugar. 
El lugar de Ana y Wilner es el más conveniente si quieres estar adentro del pueblo y  vivir una experiencia real barulera. Son una pareja maravillosa y hacen que te sientas como en casa. Si quieres estar un poco más afuera del pueblo, alrededor hay varios hostales con buen servicio que tienen fácil acceso. 

QUE HACER:
Contrata los servicios turísticos en el pueblo de Barú con un local. Hay recorridos guiados por el pueblo, visita a los manglares, avistamiento de aves, recorridos por el bosque seco. Experiencia con plancton bioluminiscente y visita a las otras islas del parque Nacional con guias expertos en Naturaleza.  No dejes de conocer las casas tradicionales, de comerte una empanada de frutos del mar con bolsita de jugo de tamarindo y de bailar por lo menos un rato en una fiesta con picó mientras te tomas una costeñita (las peleas de gallos son algo muy típico y popular, yo particularmente no apoyo este tipo de actividades).

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.